¡Hola! Siendo esta mi segunda entrada como "Plumilla oficial", me preguntaba acerca de qué podría tratarse, y se me ocurrió que así como en mi anterior entrada les hablé un poco de mí misma y de lo contenta que estaba por pasar a formar parte de este gran club, también me gustaría compartir con ustedes alguno de mis escritos, para que puedan conocerme como autora y como persona; el todo que me hace ser quien soy.
El relato que voy a compartir fue inspirado por esta imagen y, como verán, no fue nada difícil pensar en un título apropiado, la obra de arte lo dice todo. Espero que lo disfruten.
La dama y el lobo
Hace muchos años, en un mundo en que las sombras regían
sobre la luz, fruto de una terrible maldición, una joven princesa, decidida y
valiente, prometió a su pueblo que encontraría una forma para liberarlos y pudieran así todos conocer la felicidad. De
modo que dejó el castillo y se embarcó en un largo viaje, en búsqueda de la
magia que le permitiera cumplir su promesa.
No tenía más compañía que un noble caballero, el más
valeroso del reino, el mismo que imploró de rodillas ante la corte le
permitiera ser su guardián durante el viaje, por lo que ella no tuvo más opción
que aceptar. Temía por la vida de su vasallo, pues muy dentro de sí la
desesperanza era grande, y prefería fracasar sola que arrastrar a un inocente
consigo. Sin embargo, no pudo negarse a ser acompañada, tan lastimeros fueron
los ruegos de aquel hombre, deseoso de mostrar su valor.
Cruzaron mares, atravesaron las montañas más escarpadas,
compartieron las mantas en los días fríos, y bebieron del mismo cuenco a
orillas del río. Según su aventura se hacía más temible y difícil, luego de
enfrentarse a numerosos peligros, la princesa empezó a mirar a su fiel guardián
ya no como un acompañante forzado, sino como a un amigo y, luego, durante una
noche de tormenta, tras escapar con mucha suerte de unos terribles seres,
viéndolo herido y casi al borde de la muerte, comprendió que lo amaba.
Cuatro días y tres noches se mantuvo a su lado, cuidando su
sueño, oyendo sus delirios, afanosa en vencer a la fiebre, y, cuando al fin el
caballero dio signos de mejoría, la princesa buscó un lugar secreto para
derramar lágrimas de alivio.
No tenía el valor para confesar sus sentimientos, temiendo
no ser correspondida, por lo que calló y, tan pronto como su compañero pudo
reanudar el viaje, partieron nuevamente en búsqueda de la magia.
Al fin dieron con una pista, pues un anciano que vivía casi
en los confines del reino, tras ser interrogado, les aseguró que si estaban
dispuestos al más grande sacrificio, y se presentaban ante la bruja poderosa
que habitaba una cabaña en lo alto de un risco, desde donde se podía ver el fin
del mundo, ella sería capaz de romper la maldición, alejar a las sombras, y
sumir al reino en la alegría.
La princesa y el caballero no dudaron un instante en tomar
el camino señalado, indiferentes ante los riesgos, decididos a cumplir su
misión, y tras mucho caminar, y escalar, llegaron ante la cabaña, donde la
bruja los recibió como quien espera a unos viejos amigos luego de un largo
viaje.
No tuvieron necesidad de explicarle nada, ella sabía muy
bien lo que deseaban, y se mostró dispuesta a conceder su pedido, siempre y
cuando, tal y como les había advertido el anciano, estuvieran dispuestos a
hacer el mayor sacrificio. Ambos aceptaron de inmediato, ofreciendo cada uno su
vida, discutiendo entre ellos acerca de quién debía ser el sacrificado.
Sin embargo, la bruja les dijo que estaban equivocados, que
no era su vida lo que deseaba, sino que uno de ellos debía ser maldecido para
así liberar al reino, ya que una maldición no se rompe a menos que otra recaiga
sobre un ser noble dispuesto a recibirla.
Tanto la princesa como el caballero se preguntaron en qué
podría consistir esta nueva maldición, y una vez más se ofrecieron a inmolarse
en nombre del reino, pero cuando la princesa, llevada por su amor, estaba ya
decidida a imponer su autoridad con el fin de liberar a su amado de todo
peligro, él le rogó, una vez más de rodillas y sosteniendo sus manos con
fervor, que le permitiera tomar su lugar. Confesó que la insistencia en
acompañarla nació del profundo amor que ella le inspiraba, y que si no permitía
que se sacrificara en su lugar, su vida no tendría sentido, porque solo existía
para protegerla.
La princesa no pudo creer que su amor fuera correspondido, o
que fuera tan ciega como para no haberlo visto antes, por lo que lloró de
amargura, pero no pudo oponerse a los deseos del caballero. Tras darle un beso,
lo dejó marchar en dirección a la bruja, que observaba la escena con expresión
inmutable.
Una vez que el caballero llegó ante ella, depositó una mano
sobre su frente, y dijo unas palabras mágicas en una lengua olvidada. Momentos
después, las nubes se despejaron, el sol brilló tras muchos años, y las aves
empezaron a cantar.
La princesa se encontraba admirada por los cambios a su
alrededor, pero no despegaba la vista de la extraordinaria escena que se
desarrollaba ante sus ojos.
El caballero se dejó caer sobre la grama, a los pies de la
bruja, y un velo de neblina salida de lo más hondo de la tierra lo cubrió.
Instantes después, una vez que el panorama se aclaró, la princesa pudo ver que
allí donde estaba el objeto de su afecto, se encontraba ahora un gran lobo de
blanco pelaje y ojos alertas.
La bruja sonrió ante el cambio, pero los fuertes sollozos de
la princesa, que se había acercado con paso presuroso a acariciar la cabeza del
que alguna vez fuera el hombre al que amaba, la conmovieron, porque nunca había
visto un amor más puro y sincero.
Aunque estaba imposibilitada para romper la maldición, le
dijo a la princesa que permitiría ambos marcharan juntos de vuelta a su reino,
porque si bien su deseo era que el lobo permaneciera a su lado, no se veía
capaz de separar a los amantes.
La princesa le dio las gracias y, acompañada por el lobo, siempre
vigilante, emprendió el largo camino de vuelta a casa. En cada pueblo que
atravesaron, las personas lucían felices como no se había visto en años, y la
luz del sol parecía cada vez más fuerte y brillante. A donde quiera que
miraran, el mundo les recordaba el gran sacrificio realizado.
Cuando llegaron al castillo, los nobles recibieron a la
princesa como una heroína, y aunque se extrañaron de verla llegar acompañada de
aquel gran lobo blanco como la nieve, y se preguntaron por el motivo de la
ausencia del caballero con el que partió, estaban demasiado felices para
cuestionar nada. Asumieron con facilidad que el caballero había perdido la vida
en el viaje, y que el lobo era una criatura a la que la princesa tomó cariño,
por lo que la mantenía siempre a su lado.
Pocos repararon en el hecho de que mientras el reino
festejaba en grandes banquetes la destrucción de la maldición y la vuelta de la
felicidad, la princesa se mantenía alejada y en silencio, ajena a las risas.
Ella pasaba cada día sentada en algún rincón del palacio,
embargada por la tristeza, con el lobo blanco a sus pies, siempre alerta, como
lo fuera también durante su vida de caballero.
Porque mientras la luz del sol bañaba la tierra, la princesa
se sentía sumida en la más profunda oscuridad, y comprendió que el fiel
caballero no fue el único maldecido por la bruja de la cabaña.
© Claudia Cardozo
oooh!!! es precioso Claudia, se me han puesto los pelos como escarpias, pero que final más triste. Es una historia preciosa y muy emotiva, escrita y descrita con tu inigualable estilo elegante y maravilloso.
ResponderEliminarBesitos azules guapetona!!!
Me ha encantado Claudia. Desde el principio te envuelve la magia de la narración y las aventuras. A pesar del final tan triste, deja una agradable sensación y te animo a que lo sigas, sería una novela preciosa!!!
ResponderEliminarBesos!!!!
Sin palabras, simplemente maravilloso.
ResponderEliminarMis felicitaciones, es una historia muy hermosa, aunque muy triste.
Besazos!!!