La Deuda Capítulo 6º por Arman Lourenço Trindade

LA DEUDA




Cornelius paseaba por la fortaleza de Baldur como si estuviera en su casa. Desde que había pactado con el inmortal, le trataban con cordialidad, incluso a veces con cierto respeto.

Entró  al amplio pasillo que daba acceso a la gran sala donde todos se reunían. Cornelius despreciaba ese lugar y a todos los que allí vivían, pero tenía que avenirse a las condiciones de Baldur si quería obtener la recompensa ofrecida.

Las puertas se abrieron justo cuando él llegaba. Sin mirar hacia ningún lado, atravesó el salón, sabía lo que se podía encontrar si miraba, a un puñado de inmortales manteniendo relaciones sexuales de todas las posturas posibles, entre ellos o con humanos, tanto con los que estaban dispuestos como con los que no, los gritos de horror, dolor y placer se mezclaban. Cornelius comenzó a ponerse mal pero siguió caminando como si nada. Aunque parecía algo medieval, Baldur se sentaba en un fastuoso sillón que estaba puesto en lo alto de una plataforma. Desde allí el vampiro podía divisar todo el salón y todo aquél que deseara hablar con él quedaría en una posición de inferioridad.

Cornelius se detuvo justo en el primer escalón de la plataforma. No habló, simplemente esperó.

-¿Qué nuevas traes, humano? –preguntó Baldur. No pudo evitar el tono de desprecio en su voz, Baldur odiaba a los humanos con todo su ser, los despreciaba, para él no eran más que ganado, un montón de ganado rebelde que debería estar encerrado en corrales.

Hizo un gesto con la mano y uno de sus esclavos salió de la sala, presuroso. Cornelius no esperaba cordialidad en el encuentro, el Oscuro era uno de los seres más terribles que se había encontrado en su vida.

-Los humanos se reagrupan y se arman. Creo que saben lo que tramamos.

-No esperaba menos, eso solo le da algo de emoción al asunto, ¿no crees?

-Tal vez…

El esclavo subió los escalones con una muchacha atada y amordazada. No prestaba mucha resistencia, por lo que Cornelius supuso que estaba drogada, pero pudo ver sus ojos y el terror que reflejaban. Era consciente de todo. Le suplicó ayuda con la mirada, pero Cornelius solo la observó con una curiosidad fingida.

Baldur cogió a la chica por la cintura y el esclavo se retiró a toda velocidad. El inmortal acarició el pelo de la chica, lo aspiró confiriendo al momento un toque puramente sexual.

-Mmm… perfecta… -susurró. Inclinó la cabeza de la muchacha y sin más miramientos le clavó los colmillos, succionando la sangre con ferocidad y deleite.

Cornelius odiaba eso, le repugnaba y unas ganas terribles de vomitar se apoderaron de su estómago. Pero se mantuvo impasible. Vio como el brillo de los ojos de la pobre muchacha, se iba apagando por momentos, notó como se le escapaba la vida… Baldur se relamió los labios con placer y soltó a la muchacha, que cayó por las escaleras rodando y se detuvo justo a los pies de Cornelius. Sus ojos aún seguían abiertos, pero sin ver, y en su cara se reflejaba el horror de sus últimos segundos con vida.

-Prepárate humano, la lucha comenzará en breve -le dijo mientras se acomodaba en su sillón –aniquilaremos a todo aquél que se vuelva contra nosotros. No quedará alma con vida a nuestro paso.

Cornelius asintió con la cabeza, dio media vuelta y se marchó de aquel lugar de muerte y perversión.


Clara salió de la habitación como una exhalación, no tenía ganas de verlo otra vez, ni de hablar con él siquiera. No entendía a qué venían esas preguntas y no tenía ningún deseo de contestarlas. No eran familiares, ni amigos, simplemente era su carcelero, un carcelero muy guapo y atractivo, tanto que ella perdía la razón cuando estaba a su lado, pero hasta ahí, no tenía ni la misma intención de darle ningún tipo de confianza. No. No había más que hablar, menudo engreído, al parecer eso de tener muchos años hacía que los inmortales se volvieran exigentes y entrometidos.

Subió las escaleras hasta su habitación, sabía que si Kaesios se enfadaba ella iba a tener problemas, pero no estaba de humor para cotilleos…

Se asomó a la ventana y la melancolía se apoderó de su cuerpo al ver las montañas a lo lejos. Sentía la necesidad de abandonar el lugar y volver a casa, no quería seguir allí encerrada. Deseaba poder salir a cabalgar y poder visitar a su amiga Rosalie, con la que compartía aficiones y una maravillosa amistad. Deseaba poder tomar el té con su padre y conversar sobre política, deseaba… era una estupidez seguir deseando nada, estaba segura de que Kaesios jamás la dejaría marchar.

Unas lágrimas traicioneras brotaron de sus ojos y cayeron con calma por su rostro. Suspiró y las dejó correr libremente.

Kaesios salió al jardín. El encuentro con la muchacha lo había puesto nervioso. En cuanto se acercó a los rosales notó su presencia en el balcón. Alzó la mirada y la vio allí quieta, asomada, mirando el infinito. Sintió una punzada extraña en su pecho al comprobar que estaba llorando. ¿Tanto la había afectado la conversación? Rememoró el momento una y otra vez en busca de algo que hubiera dicho que pudiera hacerla daño, pero no halló nada. Él no había sido grosero. Volvió  a observarla en silencio. Era hermosa y la luz del sol confería un brillo especial a su maravilloso pelo, pero le hacía daño verla sufrir. “¿En serio? Kaesios, eres un ser oscuro, un inmortal, no tienes sentimientos, no puedes sentir nada, ¿estás perdiendo la cabeza?” pensó. Su mirada se dirigió hacia las flores que le rodeaban, si su corazón estaba muerto, si era un ser condenado, sin alma, ¿cómo era posible que sintiera todas esas cosas por aquella mujer?


Cornelius llegó cabizbajo a su poblado. Lo recibió su segundo al mando.
-¿Cómo ha ido?

-Bien, dice que estemos preparados.

-Cornelius, hacer tratos con esos seres es algo peligroso, ¿estás seguro de lo que vas a hacer?

Cornelius miró fijamente al hombre que tenía en frente, eran amigos desde la infancia y había luchado en infinidad de batallas juntos, si confiaba en alguien sin duda era en él.

-Pues para serte sincero Ario, no estoy muy seguro.

Ario movió la cabeza en señal de entendimiento.

-Cornelius, nuestro clan fue expulsado, desterrado de nuestra tierra a este lugar infernal, árido y seco como el infierno, pero nuestra lucha es una lucha entre hombres, aniquilar a los de nuestra raza por los deseos de una bestia inmortal… eso no es lo que hubiera hecho tu padre.

-Ya lo sé Ario, lo sé muy bien, mi padre odiaba a los Oscuros con toda su alma, pero pensé que al unirnos a ellos tendríamos más posibilidades de ganar.

-Entonces ¿cuáles son ahora tus dudas?

-Pues que somos el Clan de los Bárbaros, los luchadores más letales y temidos sobre la faz de la tierra. Necesitaron unirse todos para poder vencernos. No necesitamos aliados para ganar nuestras propias batallas… y esos seres cuanto más los conozco,  más los aborrezco y menos confianza siento en ellos.

-Yo no siento ninguna Cornelius, creo que en cuanto puedan nos someterán como al resto, cuando no haya nadie que pueda plantarles cara, ¿quién evitará que seamos los próximos?

-Sí hermano, eso es lo que me preocupa.

-¿Qué piensas hacer?

-He estado pensando… creo que lo mejor será ver a la Sacerdotisa, ella podrá aconsejarme.

-Esperemos que así sea, ve pues, no pierdas más tiempo.


Cornelius subió la colina que lo llevaba hasta el lugar en el que vivía la mayor de las Sacerdotisas de todos los tiempos. Sus poderes eran inmensos y sobrecogedores. Vivía aislada de todos, acompañada simplemente por cuatro fuertes guerreros que la protegían de todo mal, pues una Sacerdotisa solo conservaba su poder mientras fuera virgen, y eran ellas mismas las que deberían escoger si deseaban conservarlos o perderlos.

Cornelius se paró frente a las enormes puertas de la entrada.

-¿Qué deseas guerrero mortal? –escuchó a través de la gruesa puerta de madera labrada.

-Necesito ayuda de la Gran Sacerdotisa.

Esperó durante unos minutos hasta que escuchó el sonido de los goznes de la puerta al abrirse. Frente a él uno de los guerreros, el color de su piel era negro y su cuerpo estaba cubierto totalmente por tatuajes, con formas y diseños de los más extraños.

-Ella te recibirá.

Cornelius le siguió con calma. Al entrar en la sala un escalofrío le recorrió la espalda. Sintió frío pero las manos le sudaban. El ambiente estaba cargado con un inmenso poder que hasta él podía sentir.
Se detuvo ante las escaleras que daban acceso a un pequeño altar, en el centro una pila de piedra labrada con intricados dibujos, circular y llena de agua. En el centro de la pila una pequeña piedra, aparentemente de cristal opaco, con una forma piramidal, brillaba, mientras el agua se movía, como la corriente de un río, sin que absolutamente nada propiciara tal movimiento.

A los pocos segundos apareció la Sacerdotisa. Vestía una túnica blanca, que se ajustaba a su esbelto cuerpo, decorada con un hermoso cinturón de oro y piedras preciosas. El vestido la cubría hasta los pies que al andar quedaban descubiertos y Cornelius se fijó en que estaban descalzos.

-Bienvenido, Cornelius hijo de Damek, del clan de los Bárbaros. Sé a lo que has venido, siento tus dudas. Haré todo lo posible por allanarte el camino. Tú carga es muy pesada, pero hoy quedará más aliviada.

-Me agrada oír eso de tus labios, Gran Sacerdotisa.

Ella se acercó lentamente hasta él. Sus ojos azules brillaron con tanta fuerza como lo hacen las estrellas. Lyris era sumamente hermosa, creció al lado de Cornelius hasta que la antigua sacerdotisa murió y los poderes que habitaban el cuerpo de Lyris se mostraron.

Las sacerdotisas poseían poderes que no heredaban de sus antecesores. Los poderes se los concedía la misma Diosa, Ella las elegía personalmente y las protegía. Cornelius lloró como un niño cuando le dijeron que Lyris era la elegida, pues eso suponía no volver a verla jamás y tener que olvidar de un plumazo todo lo que sentía por ella. Pero hoy, ante ella y su belleza despampanante, su corazón volvió a latir con alegría y la misma fuerza que en su adolescencia, como si los años no hubieran pasado, como si el destino no los hubiera separado total y absolutamente.

Ella estiró un brazo y extendió la mano.

-Ven, te mostraré lo que debes ver.

El guerrero observó fijamente la mano de Lyris, sin saber muy bien qué hacer. La miró a los brillantes ojos y cogió su mano. La de ella tan pequeña, suave, blanca y en apariencia vulnerable, la de él, grande, tosca, áspera y fuerte. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo entero.

Cogido de la mano de la mujer que más había amado y a la que nunca podría tener, subió los escalones hasta el altar. Una vez allí Lyris le soltó con delicadeza y se fue a posicionar frente a él, dejando la pila de piedra entre los dos. Cornelius observó maravillado el movimiento del agua.

-Dame tu mano, Cornelius. –le pidió ella suavemente.

Él sin pensárselo se la ofreció. Ella podría habérsela cortado en ese mismo instante que a él no le hubiese importado lo más mínimo.

En el dorso de la mano, la Sacerdotisa con su dedo mojado en el agua le dibujó cuatro puntos, que simulaban los puntos cardinales y después, con suavidad le colocó la mano de modo que un punto en concreto de la palma quedaba colocado justo encima del vórtice de la piedra de cristal. Luego, ella, posó dos dedos de cada mano encima de las marcas de agua.

-Ahora, deberás liberar tu mente de tu cuerpo. Nada debe atarte aquí, ningún pensamiento, ningún sentimiento, pues lo que te voy a mostrar no debe ser visto. Debes entender que el futuro aún no está escrito, que el destino depende de cada una de las decisiones que vayan tomando los implicados. Según esas decisiones el futuro irá por un camino o por otro, nadie debe cambiar para que lo que te muestre se cumpla. Sin embargo, teniendo en cuenta cada una de las decisiones ya tomadas éste sería el futuro más probable. Espero que sirva para apaciguar tus dudas. ¿Estás preparado?

Cornelius que no había dejado de mirar los maravillosos labios Lyris, fijó la vista en sus ojos. Sintió su fuerza, su poder.

-Sí, Gran Sacerdotisa.

Ella sonrió con dulzura y el corazón de Cornelius se saltó un latido.

-Pues bien, guerrero. No debes moverte bajo ninguna circunstancia, veas lo que veas o sientas lo que sientas, si lo haces la conexión se romperá y para estar seguro debes ver hasta el final.

Al asintió con la cabeza.

-Pues prepárate. Cierra los ojos y aléjate de aquí.

Él obedeció.

Comenzó sintiendo un calor abrasador que provenía de los suaves dedos de Lyris, el calor le recorrió a toda velocidad el brazo y después el resto de su cuerpo. Cornelius no se movió ni un milímetro. El fuego se apoderó de su mente y una luz inmensa lo transportó a otro lugar y otro momento.

Se vio a sí mismo luchando, en una batalla cruel y sanguinaria. No había piedad, caían uno tras otro a su paso. Hombres, muchachos, ancianos, cualquiera que blandiera un arma contra él era eliminado. Su cuerpo estaba sudoroso, cansado y empapado de sangre, pero no era suya, él apenas tenía algún rasguño. Miró a su alrededor, la tierra estaba plagada de cuerpos inertes o heridos, tanto de los suyos como de los enemigos, todos hombres,  ningún inmortal.

Siguió luchando hasta bien entrada la noche. Pocos quedaron en pie. Era el momento de socorrer a los heridos y contar a los muertos. Tanta sangre, tantas vidas desperdiciadas y sentía en el fondo de su alma que nada de eso tenía sentido. Avanzó por el campo de batalla, buscando a los suyos, pero un cuerpo le dejó paralizado. Se acercó lentamente y a medida que avanzaba suplicaba y rogaba que lo que sus ojos veían fuera un engaño. Tendido en medio de otros estaba su amigo, Ario. Cornelius se arrodilló junto a él, lo miró, lo tocó, lo acarició. Su amigo no tenía vida ya, era una cáscara vacía. Ya no era nada. Un dolor intenso se apoderó de Cornelius, tan grande y fuerte que amenazaba con partir su cuerpo en dos y hacerlo explotar en mil pedazos.

Reunieron los cuerpos, era hora de llorar a los muertos. Tanta sangre, tanta muerte, tanta desolación.

Pudo sentirlos antes de verlos, los inmortales entraron en el campo de batalla con aire real.

Baldur miró a su alrededor más que satisfecho. Se acercó lentamente hasta Cornelius que lo miraba quieto. Su cuerpo estaba ahí, pero su alma había muerto junto con todos los demás.

-He de reconocer Cornelius, que has hecho un magnífico trabajo. Has cumplido a la perfección tu cometido.

El guerrero le miró fijamente, con hastío y repulsión. Era la primera vez que lo llamaba por su nombre.

-Supongo que ahora nos pagarás con lo convenido…

El Oscuro clavó sus malvados ojos en Cornelius, sin piedad, sin un ápice de humanidad.

-No temas humano, tendrás exactamente tú merecido…

Lo cogió por el cuello y lo acercó lentamente hasta él. Cornelius no podía hacer nada contra la fuerza del inmortal, tampoco lo intentó. Le miró a los ojos hasta que se acercó tanto que pudo notar su aliento en el cuello. Sintió como le clavaba los colmillos y succionaba su sangre. Cornelius comenzó a sentirse muy débil, las extremidades dejaron de pertenecerle y el frío se fue apoderando de su cuerpo. Lo último que escuchó antes de sumirse en la oscuridad, fueron los gritos de terror de los suyos.

Todo había terminado.


Cornelius abrió los ojos y los fijó en el maravilloso brillo azul de los de su amada. Estaba sudando y notaba como las lágrimas corrían por su cara. Lyris apartó sus dedos de la mano del hombre. Su cuerpo comenzó a recobrarse de la impresión. Quitó la mano de la piedra y esperó en silencio.

Lyris le sonrió con ternura.

-El futuro acaba de cambiar. Has tomado tu decisión. Debes elegir muy bien a tus aliados Cornelius, esa será la diferencia entre la derrota y la victoria.

Él la miró fijamente. Su belleza aún lo atormentaba por las noches, y sus dulces ojos lo aliviaban en los malos momentos.

-Sé muy bien lo que tengo que hacer.

Ella soltó una carcajada que lo transportó a otro lugar y otro momento.

-Lo sé. Ve ahora y cumple tu destino Cornelius. Serás el más grande, liberarás a tu pueblo.

-Desearía que tu estuvieses a mi lado –no pudo evitar decir en voz alta su pensamiento.

-También lo sé –se acercó un poco más hasta él y le acarició la cara dulcemente –pero mi destino es otro Cornelius, debo cumplir mi misión al igual que tú la tuya, así está escrito. Pero llegará un día en el que tu corazón no sangre por mí, te lo prometo. Ahora ve, el tiempo apremia.

Cornelius absorbió el contacto de la chica y lo atesoró en lo  más profundo de su ser. Asintió con la cabeza, la miró por última vez y se marchó.


-Es un gran hombre –dijo uno de los guardianes.

-Sí… lo sé… y aún lo será más.

-Te ama, con todo su ser…

-También lo sé, si alguien puede tentarme sin duda ese es él. Pero nuestro tiempo juntos, terminó. Su futuro curará sus heridas.


Se dio media vuelta y se marchó a sus aposentos sintiendo la semilla de la duda más profunda y más grande que nunca…

                                                                                                          © Arman Lourenço Trindade








MICRORELATO EGIPTOMANÍA

Hola a tod@s. Hoy os quiero contar sobre un proyecto en el que ando metida desde hace unos meses. Tuve la oportunidad de colaborar en una revista en la que se tratan temas paranormales y en ella tengo dos secciones: Enigmas del pasado y Egiptomanía. Ambos temas que me encantan desde siempre. En mi casa tengo una estantería solo con libros de esos temas. Así que me aventuré y es una experiencia fantástica. Hoy quiero compartir un microrelato de una mujer que tuvo una vida apasionante, fue la primera faraón de Egipto y mantuvo un romance con un plebeyo,claro no está comprobado y esto hace que la leyenda del romance atraiga a multitud de visitantes a su templo. La reina Hatsepshut y el plebeyo Senenmut :


YO, FARAÓN


Soy Maatkara Hatshepsut, “la primera de las nobles damas” y esta es mi historia. Mi amado padre me vinculó al trono de Egipto desde que nací, me nombró su heredera y me educó para ello durante toda mi vida.
Su muerte, para mí dolorosa, alzó los cimientos de una gran conjura en la que me vi involucrada y me vi alejada del trono que siempre se me había confiado. El faraón iba a ser mi hermanastro Tutmosis II, hijo de una simple concubina. Aparte de soportar la humillación que a mi rango y persona hacían, tuve que tragarme el orgullo al ser desposada con el faraón.
Nada más lejos que llorar por esa gran infamia, decidí hacerme fuerte. Así que, mientras mi débil y blando esposo ceñía la doble corona, me rodeé de adeptos que crecían en cuanto a poder e influencias. Hapuseneb iba a ser gran sacerdote y Senenmut ocupaba un alto cargo en palacio. Solo quería lo que se me había prometido desde mi infancia y que me habían negado: el trono de Egipto.


Cuando mi esposo dejó el mundo terrenal para marchar con los dioses a la otra vida, el país se vio sumido en una nueva crisis sucesoria. El gran visir Ineni consiguió que la nobleza aceptase a un hijo de Tutmosis II. Yo, la Gran Esposa Real, y mi hija éramos relegadas en la sucesión por el hijo de una simple concubina. Pero esta vez no iba a dejar que las cosas siguieran ese curso. Como Gran Esposa Real asumí la regencia alegando que el niño era apenas un bebe y pospuse el matrimonio de mi hija con el nuevo rey.
Asumido ese papel preparé un golpe de estado con las personas en las que había confiado: Hapuseneb era el sumo sacerdote de Amón y Senenmut, que ocupaba uno de los más altos cargos de la corte. Junto a ellos me hice fuerte, y cuando estuve preparada me proclamé faraón de las Dos Tierras y primogénita de Amón. El rey no pudo hacer otra cosa que admitir que yo era superior y que quizás era algo que me pertenecía desde siempre.
Han pasado algunos años y creo que mi papel como faraón de Egipto es bueno. El país prospera y mi vida prosigue. Ahora, espero la visita de Senenmut. Ese gran hombre, se ha convertido en algo más que en un simple consejero. Mi corazón se desboca ante su llegada y juntos planeamos el último gran legado de mi vida: mi templo de millones de años.


Mientras me cuenta cómo va a ser y me enseña un dibujo, me sumerjo en ese mágico lugar de amplias terrazas y bellos jardines que me acompañarán en mi viaje final. Tan solo haremos una cosa, algo prohibido, y es que permaneceremos juntos en un bello rincón de ese templo como si fuéramos unos amantes que se pueden amar sin riesgo a ser encontrados.

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Espero que os haya gustado. Os dejo la dirección de la revista por si os queréis pasar a leer un rato:

http://laligahumana.wix.com/ligahumana#!egiptomana/cu07

Lectura conjunta: El Vuelo de las Plumas Azules

Hemos organizado lecturas conjuntas de las plumas azules, para lo que queda de año.

Que somos muy organizaditas, asiesque... pensandlo....
La oportunidad de leer libros muy chulos, comentar con otras personas y las autoras el libro, la trama, los personajes....


Os pongo la agenda, por si os animáis a pedir vuestra inclusión en alguno de ellos o en todos ellos.

(Aunque también tenéis la opción de comprarlos en los amazones =  amazon.es y amazon.com)

En Julio y Agosto haremos unas risas con los dos primeros libros de los Horton, REDHOUSE y LA SANGRE EN MIS VENAS picantes como el chili y dulces como el helado de trufa.


En Septiembre trataremos de adentrarnos en los GRANDES SECRETOS DESVELADOS de Arman Loucenço, una historia de regencia, dulce como el chocolate.

En Octubre, Dama N. Prayton nos volverá locos con la CRÓNICAS DE LA NUEVA HISPANIA 1º SENTENCIA DE AMOR. Una distopía o literatura para jóvenes adultos, o adultos juveniles que nos llenara los sentidos con el sabor de la Vainilla, y unas gotitas de explosión de sabores.


En Noviembre, nuestra Raquel Campos nos dejará ver su libro UN AMOR EN EL TIEMPO. Una historia maravillosa, donde el amor viajara para encontrarse con su destino, Una historia con sabor a Canela.


En Diciembre vuelvo yo, con el tercero de los Horton, EL SELLO NEGRO... ¿quien sabe a que saben los Horton?

Nota: Si os queréis apuntar, dejarnos vuestro enlace del perfil de Facebook y a qué lectura os gustaría participar. 

Lury Margud

La Ventana (Micror-relato por Dama N. Prayton) y Música

Como hizo mi querida plumilla Raquel, os dejo una música especial (El Bosque de las Hadas de Enya) para que os acompañe en este micro-relato.




LA VENTANA:

Mi ventana es mi escape, todos los días miro por ella. Cada día es distinto, cada día veo pasar la vida, la alegría y la tristeza.
Muchas veces es mi salida al mundo exterior, y otras me entretiene como no lo haría la televisión.

Hoy es uno de esos días, acaba de llegar la primavera.
Paseo por mi sala de estar, estoy nerviosa, estornudo y no dejo de estornudar. Esta maldita alergia me está matando. Miro hacía la ventana y veo el parque y el pequeño bosque, dos almendros han empezado a florecer, y varias florecillas adornan el jardín de una de las casas de al lado. 



Observo una abeja revolotear al rededor de una de las flores silvestres del bosque. Va de un lado a otro, creo que busca el mejor néctar, ha elegido una flor de color lila, y se posa en sus pétalos. 
Una mariposa, de un precioso color amarillo pálido, acaba de pasar por mi ventana. Me encantan estos preciosos insectos. Lástima que se deleiten con lo que hace que mi nariz no deje de picar y mis ojos lagrimear. El maldito polen se cuela por mi nariz y no puedo evitar un nuevo estornudo.


A lo lejos oigo el sonido de los diferentes insectos, pájaros y otros animalillos que reaparecen después de los meses tan fríos que hemos vivido.
Una pareja de gorriones prepara su nido en lo alto de uno de los robles del bosquecillo.



Los animales no son tan diferentes a los seres humanos, en esta estación, es época de florecimiento, de la explosión de colores de la naturaleza y donde nosotros dejamos los colores grises, marrones y negros para adaptarnos al entorno.

También es la época del apareamiento, parejas de animales y seres humanos comparten el mismo espacio en parejas.

En uno de los bancos cercano al roble, donde los gorriones siguen preparando su nido, un par de jóvenes se hace carantoñas, y más allá en otro banco cerca de la fuente, un par de ancianos se dan la mano mientras echan de comer a las odiosas palomas. 



(No las soporto porque siempre bombardean mi coche cuando lo acabo de limpiar, y no es justo, siempre igual, creo que se ponen de acuerdo, porque las he observado... quizás tienen algún plan de ataque para ver cual de ellas ensucia el coche más limpio)

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Ha llegado el verano, ha tardado en hacer aparición el señor Lorenzo (así se denomina al astro rey, el sol) con su resplandor y su temperatura habitual. Pero ya ha llegado.




Hoy es un día de esos calurosos en los que no apetece hacer nada, me siento en mi silla favorita frente al gran ventanal, que tengo en la sala de estar, por allí veo el sol radiante y vigoroso, que con su fuerza neutraliza la vitalidad de las personas. 
Por la ventana observo ha algunas personas, que se refugian el el bosque, de este calor abrasador.
No puedo evitar fijarme en unos niños que corretean disparándose con sus pistolas de agua. Dos niñas se balancean en los columpios comiéndose un helado bien frío, que no tarda en derretirse y marchar sus niquelados vestidos. Sus madres, sentadas en un banco cercano amparadas por la sombra de uno de los robles, no tardan en reprenderles. Otros niños juegan en la fuente que hay poniéndose perdidos de agua. Qué refrescante tener su edad y el poder de resistencia a este calor agobiante .



Yo no puedo salir, me derretiría como un hielo en el desierto. Solo puedo quedarme aquí, contemplando sus vidas por la venta.

Pronto llegará el otoño y las hojas perderán su verdor, las noches se irán haciendo más largas  y la vida al otro lado de la ventana volverá a cambiar.


© Dama N. Prayton

La Deuda Capítulo 5º por Arman Lourenço Trindade


NOTA DE LA AUTORA:


Esta semana ha crecido en mi la vena más sangrienta y perversa. Escribí unas escenas con mi amigo Kaesios como protagonista, que me sorprendieron a mí misma, sin duda no me esperaba poder narrar con tanta claridad y facilidad cosas tan lejanas a mi personalidad, tan llenas de violencia y de sangre. ¡Simplemente fascinante! Un nuevo descubrimiento para mí. 


Sin embargo luego pensé que tal vez no eran escenas aptas para todos los públicos, podrían herir la sensibilidad de alguna persona, entre las que me incluyo, por eso decidí modificar y suprimir aquellas escenas y situaciones que podrían no ser muy adecuadas, porque aunque Kaesios es un vampiro perverso, fuerte y letal, que puede matar sin pestañear, sin inmutarse y sin sentir ni un ápice de culpabilidad, también es un ser entregado y bondadoso y quiero en este blog deleitarme contando su historia de amor, sin olvidar su lado más oscuro por supuesto, pero sobre todo mostrando lo más amable de esta criatura tan compleja. Pero esas escenas quedan guardadas (como me recomendó un día mi querida María Border) porque no sé si tal vez en un futuro las pueda utilizar, ya que en mi pensamiento se está germinando la loca idea de publicar esta historia. 

Dicho esto y sin más dilación os presento el nuevo capítulo de La Deuda, espero que os guste y lo disfrutéis, es una versión light de la auténtica vida de Kaesios, porque lo escribo pensando en vosotras.

Un enorme besazo!!







LA DEUDA 

Clara avanzaba al lado de Aidan completamente en silencio. Sabía que el vampiro estaba enfadado, lo que no lograba averiguar era si la razón de su enfado se debía a Kaesios o a ella misma.

-Aidan, lo siento. –Logró decir Clara.

Aidan se paró en seco.

-Usted no tuvo la culpa de nada.

Ella se quedó callada unos instantes, mirando fijamente al joven vampiro. Aidan era muy atractivo, no tanto como Kaesios, pero no se podía negar la belleza de los rasgos de la criatura.

-Por favor, tráteme de tú.

-Como desees, espero que hagas lo mismo. –Ella sonrió y continuaron andando lentamente. Después de unos minutos Clara habló.

-Supongo que el error lo cometimos los dos.

Aidan la miró fijamente, seguía disgustado, ella lo notaba.

-No, no es así, yo no puedo culparte de nada porque no eres consciente del peligro que corres.

Clara abrió mucho los ojos sorprendida.

-¿Crees que Kaesios sería capaz de hacerme daño?

Aidan suspiró frustrado.

-No, desde luego que no… pero es algo complicado… Mira, los vampiros, por naturaleza, somos caprichosos y egoístas. A los vampiros jóvenes, como yo, nos cuesta muchísimo controlar nuestros impulsos. Con el tiempo y mucho esfuerzo, llegamos a dominarnos y procuramos pensar antes de actuar, no siempre lo conseguimos, por eso vivimos con vampiros más ancianos que nos acogen bajo su mano y protección. Somos criaturas peligrosas, muy peligrosas, porque cuando nuestros deseos controlan nuestra mente, no podremos parar hasta satisfacernos, al menos muy pocos lo logran. No actuamos para herir o dañar, pero si los impulsos nos dominan, nuestra parte racional nos abandona, quedaríamos a merced del depredador, de la necesidad… y cuando un vampiro siente una necesidad tan intensa es muy difícil que pueda controlarse. ¿Lo entiendes?

-Creo que sí, pero como tu muy bien has dicho, sois los vampiros más jóvenes los que tenéis ese problema, y tengo entendido que Kaesios es uno de los más ancianos.

-Clara, conozco bien a Kaesios, es un ser bondadoso, todo lo bondadoso que podemos llegar a ser. Es prudente y juicioso, y no sé muy bien por qué, siente una pequeña debilidad a la hora de proteger a los humanos. Pero jamás, escúchame bien, jamás se ha interesado por una mujer, humana o vampiresa, de la misma forma que lo hace contigo. No lo entiendo, te juro que no lo entiendo, pero tú posees algo que hace que Kaesios pierda el norte. Es algo nuevo y estoy desconcertado, no quiero ni pensar cómo debe sentirse él…

-Confío en Kaesios. –Respondió la joven muy convencida.

-Los vampiros somos seres fríos, oscuros, tenebrosos. Adoramos la soledad y nos gusta preocuparnos solo de nosotros mismos. Pero cuando alcanzamos una edad, sentimos la necesidad de estar acompañados. Kaesios lo estuvo con su hermana, mi madre, pero llegado el momento tuvieron que separarse, y mi madre decidió… como lo diría… decidió que deseaba tener un hijo… y yo me crucé en su camino. Durante siglos vivimos los dos juntos, viajamos, conocimos lugares lejanos, gentes, culturas… durante ese tiempo me habló muchísimo de Kaesios, ambos se adoraban, jamás me contó que Kaesios se interesara de forma romántica por ninguna mujer, más bien durante todo el tiempo evitó acercarse demasiado a alguna. Cuando un vampiro o vampiresa se enamora, se entrega completamente. Hay quién dice que no tenemos corazón, que somos incapaces de amar, eso es mentira. Un vampiro o vampiresa, permanece enamorado mientras ambos vivan, incluso mucho más. Esto es bueno si tenemos la suerte de enamorarnos de uno de nuestra propia especie. No tanto si nos entregamos a un humano o humana. Nuestros sentimientos son demasiado intensos y fuertes, como nosotros mismos, el vampiro enamorado es un vampiro débil, pues deja de ser uno mismo para convertirse en protector, amigo, amante y todo lo que la pareja necesite. Nuestra pareja es nuestra mayor debilidad, nuestro talón de Aquiles, ¿comprendes?

Clara no dejaba de mirar pasmada a Aidan, todo aquello que le estaba revelando era increíble. Asintió con la cabeza lentamente. Aidan la cogió por el brazo y ambos iniciaron la marcha hasta su habitación. Una vez en la puerta, cuando estaban a punto de despedirse, Clara no pudo evitar pensar en una cosa.

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-Pregunta.

-¿Qué sucedió con tu madre?

El hermoso rostro de Aidan se contrajo de dolor.

-Ella es el mejor ejemplo del daño que hace enamorarse de la persona equivocada. Murió hace varios años…

-Lo siento.

-Gracias... Buenas noches Clara.

-Buenas noches Aidan.

Clara entró en su habitación y cerró la puerta, más como acto reflejo que como protección, si alguno de los inmortales deseaba entrar una puerta cerrada no lo evitaría. Se quitó el abrigo lentamente, su mente estaba muy lejos de aquella habitación, no paraba de darle vueltas a todo lo que le había dicho Aidan.


Kaesios era un ser de la noche, podía pasear a su antojo durante el día y apenas necesitaba descansar, pero sin duda su medio era la noche, cuando los ojos humanos no distinguen entre las sombras, cuando las estrellas revelan la mayor de las bellezas y el mayor de los misterios. Con la oscuridad Kaesios se sentía a gusto, se sentía él mismo.

Estaba escondido entre las ramas de un árbol, mirando a la inmensidad, oculto a ojos indiscretos.

Vigilante.

Siempre vigilaba.

Sin duda era una condición de los vampiros, sentirse inseguros, desconfiados…

Sus presas estaban llegando, no sabía cómo, pero siempre estaba en el lugar adecuado.

Esperó en silencio.

-Tenemos que darnos prisa, nadie puede vernos. –escuchó decir a un hombre, cuya voz le resultó muy familiar.

-Nadie nos persigue, podemos quedarnos por aquí y disfrutarla… es tan hermosa…

Kaesios escuchó un quejido lastimoso.

-No te preocupes dulzura… no te lastimaremos, no mucho al menos –soltó el truhán con una carcajada.

-Vamos, vamos Sebastian, seguro que no estás tan necesitado como para no llegar a un lugar más seguro.

-Pero mírala Antoine, es tan dulce… tan deseable… y seremos los primeros…

Kaesios escuchaba en silencio mientras les veía acercarse. Cuatro hombres y una mujer. Su vista agudizada podía distinguir con claridad cada uno de los rostros, los gestos, incluso los más mínimos detalles de la ropa. Vio con pesar que la mujer no era más que una pobre muchacha. La tenían atada y amordazada. Los ojos de la chiquilla mostraban todo su miedo.

-No puedo esperar más, necesito tenerla –dijo Sebastian, tocando los pechos de la chica bruscamente.

-Sebastian, este no es un lugar seguro, vamos a la casa del guardabosques, allí no hay nadie y podremos estar todo el tiempo que queramos. –comentó otro hombre.

-Oh, vale, está bien… esperaré pues.

-Yo os dejo aquí, no quiero seguir más y que me encuentren junto a vosotros.

-¿No quieres disfrutar de lo que has pagado?

-No, os la regalo toda para vosotros, yo prefiero a las mujeres bien dispuestas, no me llama una niña llorosa y temblorosa.

El hombre que iba en primer lugar se acercó hasta éste.

-Muy bien, si así lo decides así será… que te vaya bien Julien, espero que nos veamos pronto.

-Ya veremos Antoine.

Julien giró sobre sí mismo e inició la marcha en otra dirección, llevándose con él una de las lámparas.
Antoine se quedó durante unos instantes viendo como Julien desaparecía en la oscuridad.

-Ese muchacho lo tiene todo y sin embargo está perdido –dijo más para sí que para los demás.-Venga, vamos, que amanecerá y nos encontrará la luz del alba aquí.

Kaesios, sin hacer el menor ruido, se dejó caer de la rama en la que estaba, parando frente a Antoine. Este dio un paso atrás debido a la sorpresa.

-Hola, hace una maravillosa noche, ¿no creéis? –preguntó Kaesios como si tal cosa.

-Una maravillosa noche ¿para qué? –le preguntó desdeñosamente Sebastian sin dejar en ningún momento a la muchacha.

-Pues para morir, por supuesto.

Antoine abrió mucho los ojos.

-Oscuro, la guerra entre nuestras razas terminó, no entiendo porque deseas matarnos, no te hemos hecho nada.

Kaesios le miró fijamente durante unos instantes, clavando su mirada azul en aquellos ojos humanos.

-Déjame pensar…tienes razón, humano, la guerra terminó, pero no me gusta la escoria, huele a podredumbre. Simplemente tengo ganas de mataros.

-¿Tienes ganas? ¿Qué razón es esa para quitarle la vida a alguien?

-La única que importa, mortal.

Nadie le vio moverse, pero Sebastian cayó al suelo con un sonido sordo, rodeado de su propia sangre.
Los demás dieron un paso atrás.
Kaesios los miró y sonrió. Una sonrisa tan terrible y malvada que les heló la sangre. Antoine, mirando fijamente a Kaesios sintió que tenía en frente a la mismísima muerte, sintió el miedo calando en su interior, el pánico se apoderó de él. En ese mismo instante supo que iba a morir.
Minutos después Kaesios amontonaba los cuerpos de los humanos y les prendía fuego. La muchacha seguía agazapada en el tronco de un árbol, mirando la escena petrificada. Kaesios no dijo nada, simplemente se quedó allí quieto, mirando como el fuego consumía los cuerpos de lo que hacía apenas unos minutos, eran hombres llenos de vida… y de maldad.
Cuando el fuego estaba a punto de consumirse se acercó hasta la muchacha, se agachó a su lado y le quitó la mordaza.
Ella no se movió.
Kaesios sacó un cuchillo del bolsillo del pantalón y cortó las cuerdas que sujetaban sus muñecas. Ella se las frotó despacio, notando como la sangre volvía a correr por sus doloridas manos.

-¿Cuántos años tienes?

-Catorce.

-¿Tu nombre?

-Cecile.

-¿Tienes a dónde ir?

Ella negó con la cabeza.

-¿Y tú padre?

-Él me vendió a estos hombres, si regreso con él, volverá a hacerlo.

-¿Y tu madre?

-Murió.

-¿Tienes hermanos o alguien de familia?

-Tengo cuatro hermanos pequeños, dos niñas y dos niños. No hay nadie más.

Kaesios se puso en pie y miró el cielo estrellado, suspiró.

-Bien, pues. Yo sé de un lugar al que puedes ir, allí estarás segura, tendrás un trabajo decente, comida caliente y una cama donde dormir. Ahora tú debes decidir si deseas venir conmigo o no.

La muchacha le miró durante unos segundos. Kaesios situado de espaldas a ella no dijo nada, no se movió.

-Iré con usted.

Se giró lentamente.

-¿Estás segura?

-Sí, me ha salvado la vida, por lo tanto estoy en deuda, haré todo lo que esté en mi mano para saldar la deuda.

-No me debes nada muchacha. No deseo tu servidumbre.

-¿Qué queréis de mi, entonces? ¿Qué puedo ofrecer a un señor Oscuro?

-Con tu lealtad me basta. Si la consigo me doy por pagado.

-Entonces señor, si eso es lo que deseáis, eso es lo que tendréis de mí. –dijo la muchacha mientras se ponía en pie.

La noche dio paso al día, el sol se asomó pletórico, lleno y brillante. Cecile se levantó en su nuevo cuarto, contenta y feliz se preparó para el primer día de su nueva vida. Sin prisa se dirigió hacia la cocina y se encontró con la sorpresa de ver a sus hermanos desayunando allí. Entonces lo supo, sin necesidad de hablar, ella supo que su padre no vería otro amanecer…

Clara se asomó a la ventana como tenía por costumbre. El día comenzaba lleno de luz, el cielo completamente despejado. El rocío de la noche brillaba como pequeños diamantes al ser acariciados por los dulces rayos del astro rey. Clara se sintió feliz. Se vistió y bajó a desayunar, como siempre Kaesios ya estaba esperando. Sintió un nudo en el estómago al recordar el beso de la noche anterior y todo lo que Aidan le había contado, pero en cuanto la criatura alzó la mirada y la fijó en ella, Clara sintió su cuerpo flotar.

-Buenos día, Clara.

-Buenos días, Kaesios.

Ambos tomaron asiento y Kaesios ordenó que sirvieran el desayuno. Él se comportaba como si no hubiera pasado nada entre los dos. Los nervios de la muchacha iban en aumento, mientras que la criatura se mostraba fría y concentrada. Un silencio incómodo ocupó la estancia, Clara se vio en la necesidad de romperlo.

-Kaesios, ¿puedo haceros una pregunta?

Él levantó la mirada de su plato, sus ojos azules, cristalinos y fríos se fijaron en ella.

-Sí.

-He visto que han llegado más hijos de los supervivientes… me preguntaba… si tal vez podía verlos…

Kaesios no habló, no se movió, Clara creyó que ni siquiera respiraba, pero no se amilanó y mantuvo la mirada fija en aquellos ojos hipnotizantes.

Pasaron los minutos.

-¿A quién deseáis ver en particular? –preguntó al fin.

-Oh… bueno, tenía pensado visitar a Mark, hablar un poco con él… -respondió mientras cogía la taza de té y se la llevaba a los labios.

-Mark… ¿Es su prometido?

Ante la pregunta Clara se sorprendió, tanto, que escupió todo el té que tenía en la boca mientras intentaba no atragantarse.

-¿Prometido? ¿Mark? No, desde luego que no –contestó una vez repuesta.

-¿Tenéis prometido o alguien que os espere fuera de aquí?

Clara dejó sobre la mesa la servilleta que había utilizado para limpiar todo el estropicio que había causado y le miró fijamente. No entendía por qué se interesaba por su vida sentimental y menos ahora.

-¿Mi respuesta podría cambiar en algo la situación a la que me veo sometida?

Esta vez fue él el sorprendido, aunque su rostro se mostraba inexpresivo, el brillo fugaz de sus ojos le delató.

-No.

-Pues entonces no veo la necesidad de contestar a esa pregunta.

Kaesios dejó los cubiertos sobre la mesa y se reclinó en el respaldo de la silla, se acomodó, cruzó los brazos sobre el pecho y aceptó el desafío que esa muchacha le acababa de lanzar.

-Creo que deberíais ser más prudente. Sabéis lo que soy y todo lo que puedo hacer, no os conviene hacerme enfadar.

Clara se entretuvo cortando con delicadeza la tostada que tenía en el plato. No podía mirarle, sentía como le faltaba la fuerza y la voluntad, el tono de voz de la criatura se había modificado sutilmente, de agradable y apaciguador a dominante y controlador. Él tenía razón, era capaz de muchas cosas, de las más terribles y de las más bondadosas, sin embargo, supuso que enfadado, sería un ser despiadado y cruel. A ella no le convenía, pero no podía simplemente someterse a su voluntad, ella no era libre, estaba encerrada en el castillo, él le privaba de libertad, incluso era capaz de dominar su cuerpo  cuando estaban juntos, pero aún le restaba el alma, su alma, limpia y pura le pertenecía a ella solamente, y algo le decía en su interior que debía resistir y prestar batalla, aunque fuera una pequeña e insignificante...

-Sé lo que sois y no puedo ni imaginar todo lo que seriáis capaz de hacer, sin embargo creo que mi vida privada es solo mía.

-Ahora no tenéis vida privada Clara, eso se terminó, ahora estáis aquí, en mi hogar, bajo mi protección y cobijo, me gusta conocer a aquellos que viven bajo mi techo. Necesito saber si habrá algún loco enamorado dispuesto a atacar mi castillo para rescatar a su dulce dama.

Clara se sonrojó hasta la punta del cabello.

-No creo que haya nadie en la faz de la tierra que sea tan insensato. Podéis descansar tranquilo, señor, pues tenga o no enamorado esperándome fuera, sin duda no se atrevería a venir hasta aquí y retaros a un duelo por mi honor. Estoy a vuestra merced durante todo el tiempo que deseéis, aceptando su impuesto hogar y cobijo. Y ahora si me disculpáis voy a retirarme.

Clara se puso en pie y Kaesios la imitó, pero no impidió su huída, estaba tan fascinado por el ímpetu y descaro de la muchacha, que no era capaz de reaccionar decentemente, así que se limitó a verla marchar aceptando su fracaso. Esta batalla sin duda ella la había ganado, pero lo que Clara no sabía es que esto no era más que el comienzo de una guerra, y en el arte de la guerra Kaesios era un experto maestro.


Muy a su pesar, Kaesios sonrió.

                                                                                                                 © Arman Lourenço Trindade