"Noche de jazz" - Cuento corto

¡Hola a todos! Antes que nada, ¡espero que tengan una hermosa semana!

Les cuento que, esta vez, compartiré un romántico cuento.
¡Espero que les guste!


Noche de jazz

Estaba sentada en una de las mesas más cercanas al escenario. Sí, no era un teatro, lo sabía, pero amaba aquel oscuro y sensual bar en el que él cantaba todos los viernes deleitando sus jóvenes oídos. Iba sola y alguna que otra vez acompañada por una amiga que ya supiera su historia, pues todo el mundo que los conocía estaba a la expectativa de aquello que hacía años nunca sucedía. No obstante, nadie hablaba, nadie profería una sola palabra sobre aquel extraño magnetismo que, seguramente, solo ellos dos entendían.
—Buenas noches, ¿el jugo de siempre? —preguntó la mesera.
Micaela, que tenía la mirada perdida en el bajo que yacía sobre el escenario, dio un sobresalto al escuchar la voz de la mujer.
—Sí, sí. El jugo… —llegó a decir, pestañeando más de la cuenta.
La mesera sonrió.
—Quedate tranquila, ya están por salir —le dijo, dibujando una sonrisa en su rostro antes de volver a la barra.
Micaela suspiró, pero ya no sabía si por anhelo o por decepción. ¿Sería otra noche más en la que solo debería conformarse con vagar en los cristalinos ojos de Gustavo? Lo hubiera pensado un rato más, pero el sonido de sus pasos hizo que sus verdosos ojos apuntaran al hombre que hacía años la hacía suspirar en secreto…
Subió, se sentó y, antes de tomar su amado instrumento, hizo lo que todos los viernes no podía evitar hacer: mirar si ella estaba allí. No sabía por qué lo hacía, simplemente, necesitaba hacerlo y no había otras palabras que pudieran reemplazar aquel impulso. «Necesitaba» que ella siempre estuviera allí. Al instante, notó aquellos dulces ojos verdes enmarcados por una melena más oscura que las límpidas noches de verano. Su corazón latió al son del galope de un cimarrón. Quiso detenerlo, pero, otra vez, nada pudo hacer. Y en el fondo suplicaba porque aquella sensación nunca se esfumara, pues, sin dudas, era el impulso que lo llevaba a poder hacer su música: lo que más amaba. Sin embargo, cada vez que pensaba en aquello, algo oprimía su pecho. No podía decir bien qué era lo que causaba esa sensación, pero sí estaba seguro que cada vez que le daba vida a su bajo, sus ojos no podían evitar hundirse en los de Micaela… Sinceramente, no podían. Así, la música comenzó. Un tema, dos y, sin importar lo que tocara, las miradas de ambos se buscaban insaciablemente. Y así era siempre, cada noche de viernes. No obstante, su pecho volvió a sentir aquella opresión. Hizo una mueca, pues le supo a tristeza. Miró sus dedos sobre las cuerdas de su bajo y si bien le parecieron perfectas, sonrió, pues se dio cuenta que a aquel grave sonido le faltaba un melódico complemento. Y entonces, aquel dolor se manifestó. ¿Realmente era la música lo que más amaba? Al instante, y justo cuando terminaba el tema, sintió cómo su cuerpo se liberaba de un enorme peso y, ansioso, clavó sus marrones ojos en los de ella. ¿Por qué nunca lo había visto? ¿Por qué en tantos años que se conocían jamás había tenido la valentía de expresarle lo que sentía? ¿Por qué? Micaela sintió que su mirada decía y preguntaba a gritos algo que solo su corazón pudo traducir. Así, ambos sintieron que el bar se convertía en el escenario de sus únicos protagonistas: ellos dos. Y sin pensarlo dos veces, Gustavo, libre y embelesado, invitó a la banda a interpretar aquel tema que por años se había prohibido tocar; una canción que, en una noche de verano adolescente, tanto él como Micaela habían escrito en honor a su inolvidable infancia compartida. Los ojos de ella se llenaron de cristalinas lágrimas y los de él… Y los de él ya estaban llorando. Pero solo cuando la canción llegó a su fin, Gustavo bajó y se acercó a aquella mesa que siempre solo ella ocupaba. Dulcemente, le tomó la mano y, solo cuando ella lo permitió, la tomó de la cintura, acercándola a su rostro. Sí, la besaría. Sin embargo, sus finos labios se expresaron miedosos, aunque llenos de ansiedad.
—Es mi primer beso —le dijo con la voz temblorosa y un dejo de vergüenza.
Él sonrió enternecido.
—El mío también —expresó risueño.
Micaela arqueó las cejas y dibujó una sonrisa en su rostro por el comentario. Pero Gustavo lo había dicho en serio y, apoyando su frente en la de ella, hundiéndose en un mar de emociones, dejó que su voz volviera a salir antes de lograr su deseado cometido.
—También es mi primer beso… Mi primer beso dado por amor. —Sin más, posó sus labios en los de Micaela para sellar aquel sentimiento que había declarado sin tapujos ni temor.
Y pasarían los años, más de cincuenta con seguridad. Sin embargo, ni el tiempo lograría que, cada noche de viernes, ambos recordaran con entusiasmo aquella hermosa noche de jazz, pues, desde entonces y hasta el final de sus días, sus vidas no harían más que formar una única y bella melodía: la del amor.

Julianne May

4 comentarios:

  1. Qué preciosidad de relato, Julianne, tan romántico y cargado de nostalgia, esa es la esencia del amor, creo. Me ha encantado, muchas gracias por compartirlo.

    Un besazo.

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    1. Gracias, Hermosaaaa!!!!! Lo hice con mucho amor!! :)

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  2. Hola Julianne, un relato precioso, que deja con los sentimientos a flor de piel!!! Además que es super romántico!!!!

    Besos!!!

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  3. Es precioso July. Muy evocador y romántico. Me ha encantado, como siempre, me transportas. Felicidades!!!

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