La Deuda Capítulo 6º por Arman Lourenço Trindade

LA DEUDA




Cornelius paseaba por la fortaleza de Baldur como si estuviera en su casa. Desde que había pactado con el inmortal, le trataban con cordialidad, incluso a veces con cierto respeto.

Entró  al amplio pasillo que daba acceso a la gran sala donde todos se reunían. Cornelius despreciaba ese lugar y a todos los que allí vivían, pero tenía que avenirse a las condiciones de Baldur si quería obtener la recompensa ofrecida.

Las puertas se abrieron justo cuando él llegaba. Sin mirar hacia ningún lado, atravesó el salón, sabía lo que se podía encontrar si miraba, a un puñado de inmortales manteniendo relaciones sexuales de todas las posturas posibles, entre ellos o con humanos, tanto con los que estaban dispuestos como con los que no, los gritos de horror, dolor y placer se mezclaban. Cornelius comenzó a ponerse mal pero siguió caminando como si nada. Aunque parecía algo medieval, Baldur se sentaba en un fastuoso sillón que estaba puesto en lo alto de una plataforma. Desde allí el vampiro podía divisar todo el salón y todo aquél que deseara hablar con él quedaría en una posición de inferioridad.

Cornelius se detuvo justo en el primer escalón de la plataforma. No habló, simplemente esperó.

-¿Qué nuevas traes, humano? –preguntó Baldur. No pudo evitar el tono de desprecio en su voz, Baldur odiaba a los humanos con todo su ser, los despreciaba, para él no eran más que ganado, un montón de ganado rebelde que debería estar encerrado en corrales.

Hizo un gesto con la mano y uno de sus esclavos salió de la sala, presuroso. Cornelius no esperaba cordialidad en el encuentro, el Oscuro era uno de los seres más terribles que se había encontrado en su vida.

-Los humanos se reagrupan y se arman. Creo que saben lo que tramamos.

-No esperaba menos, eso solo le da algo de emoción al asunto, ¿no crees?

-Tal vez…

El esclavo subió los escalones con una muchacha atada y amordazada. No prestaba mucha resistencia, por lo que Cornelius supuso que estaba drogada, pero pudo ver sus ojos y el terror que reflejaban. Era consciente de todo. Le suplicó ayuda con la mirada, pero Cornelius solo la observó con una curiosidad fingida.

Baldur cogió a la chica por la cintura y el esclavo se retiró a toda velocidad. El inmortal acarició el pelo de la chica, lo aspiró confiriendo al momento un toque puramente sexual.

-Mmm… perfecta… -susurró. Inclinó la cabeza de la muchacha y sin más miramientos le clavó los colmillos, succionando la sangre con ferocidad y deleite.

Cornelius odiaba eso, le repugnaba y unas ganas terribles de vomitar se apoderaron de su estómago. Pero se mantuvo impasible. Vio como el brillo de los ojos de la pobre muchacha, se iba apagando por momentos, notó como se le escapaba la vida… Baldur se relamió los labios con placer y soltó a la muchacha, que cayó por las escaleras rodando y se detuvo justo a los pies de Cornelius. Sus ojos aún seguían abiertos, pero sin ver, y en su cara se reflejaba el horror de sus últimos segundos con vida.

-Prepárate humano, la lucha comenzará en breve -le dijo mientras se acomodaba en su sillón –aniquilaremos a todo aquél que se vuelva contra nosotros. No quedará alma con vida a nuestro paso.

Cornelius asintió con la cabeza, dio media vuelta y se marchó de aquel lugar de muerte y perversión.


Clara salió de la habitación como una exhalación, no tenía ganas de verlo otra vez, ni de hablar con él siquiera. No entendía a qué venían esas preguntas y no tenía ningún deseo de contestarlas. No eran familiares, ni amigos, simplemente era su carcelero, un carcelero muy guapo y atractivo, tanto que ella perdía la razón cuando estaba a su lado, pero hasta ahí, no tenía ni la misma intención de darle ningún tipo de confianza. No. No había más que hablar, menudo engreído, al parecer eso de tener muchos años hacía que los inmortales se volvieran exigentes y entrometidos.

Subió las escaleras hasta su habitación, sabía que si Kaesios se enfadaba ella iba a tener problemas, pero no estaba de humor para cotilleos…

Se asomó a la ventana y la melancolía se apoderó de su cuerpo al ver las montañas a lo lejos. Sentía la necesidad de abandonar el lugar y volver a casa, no quería seguir allí encerrada. Deseaba poder salir a cabalgar y poder visitar a su amiga Rosalie, con la que compartía aficiones y una maravillosa amistad. Deseaba poder tomar el té con su padre y conversar sobre política, deseaba… era una estupidez seguir deseando nada, estaba segura de que Kaesios jamás la dejaría marchar.

Unas lágrimas traicioneras brotaron de sus ojos y cayeron con calma por su rostro. Suspiró y las dejó correr libremente.

Kaesios salió al jardín. El encuentro con la muchacha lo había puesto nervioso. En cuanto se acercó a los rosales notó su presencia en el balcón. Alzó la mirada y la vio allí quieta, asomada, mirando el infinito. Sintió una punzada extraña en su pecho al comprobar que estaba llorando. ¿Tanto la había afectado la conversación? Rememoró el momento una y otra vez en busca de algo que hubiera dicho que pudiera hacerla daño, pero no halló nada. Él no había sido grosero. Volvió  a observarla en silencio. Era hermosa y la luz del sol confería un brillo especial a su maravilloso pelo, pero le hacía daño verla sufrir. “¿En serio? Kaesios, eres un ser oscuro, un inmortal, no tienes sentimientos, no puedes sentir nada, ¿estás perdiendo la cabeza?” pensó. Su mirada se dirigió hacia las flores que le rodeaban, si su corazón estaba muerto, si era un ser condenado, sin alma, ¿cómo era posible que sintiera todas esas cosas por aquella mujer?


Cornelius llegó cabizbajo a su poblado. Lo recibió su segundo al mando.
-¿Cómo ha ido?

-Bien, dice que estemos preparados.

-Cornelius, hacer tratos con esos seres es algo peligroso, ¿estás seguro de lo que vas a hacer?

Cornelius miró fijamente al hombre que tenía en frente, eran amigos desde la infancia y había luchado en infinidad de batallas juntos, si confiaba en alguien sin duda era en él.

-Pues para serte sincero Ario, no estoy muy seguro.

Ario movió la cabeza en señal de entendimiento.

-Cornelius, nuestro clan fue expulsado, desterrado de nuestra tierra a este lugar infernal, árido y seco como el infierno, pero nuestra lucha es una lucha entre hombres, aniquilar a los de nuestra raza por los deseos de una bestia inmortal… eso no es lo que hubiera hecho tu padre.

-Ya lo sé Ario, lo sé muy bien, mi padre odiaba a los Oscuros con toda su alma, pero pensé que al unirnos a ellos tendríamos más posibilidades de ganar.

-Entonces ¿cuáles son ahora tus dudas?

-Pues que somos el Clan de los Bárbaros, los luchadores más letales y temidos sobre la faz de la tierra. Necesitaron unirse todos para poder vencernos. No necesitamos aliados para ganar nuestras propias batallas… y esos seres cuanto más los conozco,  más los aborrezco y menos confianza siento en ellos.

-Yo no siento ninguna Cornelius, creo que en cuanto puedan nos someterán como al resto, cuando no haya nadie que pueda plantarles cara, ¿quién evitará que seamos los próximos?

-Sí hermano, eso es lo que me preocupa.

-¿Qué piensas hacer?

-He estado pensando… creo que lo mejor será ver a la Sacerdotisa, ella podrá aconsejarme.

-Esperemos que así sea, ve pues, no pierdas más tiempo.


Cornelius subió la colina que lo llevaba hasta el lugar en el que vivía la mayor de las Sacerdotisas de todos los tiempos. Sus poderes eran inmensos y sobrecogedores. Vivía aislada de todos, acompañada simplemente por cuatro fuertes guerreros que la protegían de todo mal, pues una Sacerdotisa solo conservaba su poder mientras fuera virgen, y eran ellas mismas las que deberían escoger si deseaban conservarlos o perderlos.

Cornelius se paró frente a las enormes puertas de la entrada.

-¿Qué deseas guerrero mortal? –escuchó a través de la gruesa puerta de madera labrada.

-Necesito ayuda de la Gran Sacerdotisa.

Esperó durante unos minutos hasta que escuchó el sonido de los goznes de la puerta al abrirse. Frente a él uno de los guerreros, el color de su piel era negro y su cuerpo estaba cubierto totalmente por tatuajes, con formas y diseños de los más extraños.

-Ella te recibirá.

Cornelius le siguió con calma. Al entrar en la sala un escalofrío le recorrió la espalda. Sintió frío pero las manos le sudaban. El ambiente estaba cargado con un inmenso poder que hasta él podía sentir.
Se detuvo ante las escaleras que daban acceso a un pequeño altar, en el centro una pila de piedra labrada con intricados dibujos, circular y llena de agua. En el centro de la pila una pequeña piedra, aparentemente de cristal opaco, con una forma piramidal, brillaba, mientras el agua se movía, como la corriente de un río, sin que absolutamente nada propiciara tal movimiento.

A los pocos segundos apareció la Sacerdotisa. Vestía una túnica blanca, que se ajustaba a su esbelto cuerpo, decorada con un hermoso cinturón de oro y piedras preciosas. El vestido la cubría hasta los pies que al andar quedaban descubiertos y Cornelius se fijó en que estaban descalzos.

-Bienvenido, Cornelius hijo de Damek, del clan de los Bárbaros. Sé a lo que has venido, siento tus dudas. Haré todo lo posible por allanarte el camino. Tú carga es muy pesada, pero hoy quedará más aliviada.

-Me agrada oír eso de tus labios, Gran Sacerdotisa.

Ella se acercó lentamente hasta él. Sus ojos azules brillaron con tanta fuerza como lo hacen las estrellas. Lyris era sumamente hermosa, creció al lado de Cornelius hasta que la antigua sacerdotisa murió y los poderes que habitaban el cuerpo de Lyris se mostraron.

Las sacerdotisas poseían poderes que no heredaban de sus antecesores. Los poderes se los concedía la misma Diosa, Ella las elegía personalmente y las protegía. Cornelius lloró como un niño cuando le dijeron que Lyris era la elegida, pues eso suponía no volver a verla jamás y tener que olvidar de un plumazo todo lo que sentía por ella. Pero hoy, ante ella y su belleza despampanante, su corazón volvió a latir con alegría y la misma fuerza que en su adolescencia, como si los años no hubieran pasado, como si el destino no los hubiera separado total y absolutamente.

Ella estiró un brazo y extendió la mano.

-Ven, te mostraré lo que debes ver.

El guerrero observó fijamente la mano de Lyris, sin saber muy bien qué hacer. La miró a los brillantes ojos y cogió su mano. La de ella tan pequeña, suave, blanca y en apariencia vulnerable, la de él, grande, tosca, áspera y fuerte. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo entero.

Cogido de la mano de la mujer que más había amado y a la que nunca podría tener, subió los escalones hasta el altar. Una vez allí Lyris le soltó con delicadeza y se fue a posicionar frente a él, dejando la pila de piedra entre los dos. Cornelius observó maravillado el movimiento del agua.

-Dame tu mano, Cornelius. –le pidió ella suavemente.

Él sin pensárselo se la ofreció. Ella podría habérsela cortado en ese mismo instante que a él no le hubiese importado lo más mínimo.

En el dorso de la mano, la Sacerdotisa con su dedo mojado en el agua le dibujó cuatro puntos, que simulaban los puntos cardinales y después, con suavidad le colocó la mano de modo que un punto en concreto de la palma quedaba colocado justo encima del vórtice de la piedra de cristal. Luego, ella, posó dos dedos de cada mano encima de las marcas de agua.

-Ahora, deberás liberar tu mente de tu cuerpo. Nada debe atarte aquí, ningún pensamiento, ningún sentimiento, pues lo que te voy a mostrar no debe ser visto. Debes entender que el futuro aún no está escrito, que el destino depende de cada una de las decisiones que vayan tomando los implicados. Según esas decisiones el futuro irá por un camino o por otro, nadie debe cambiar para que lo que te muestre se cumpla. Sin embargo, teniendo en cuenta cada una de las decisiones ya tomadas éste sería el futuro más probable. Espero que sirva para apaciguar tus dudas. ¿Estás preparado?

Cornelius que no había dejado de mirar los maravillosos labios Lyris, fijó la vista en sus ojos. Sintió su fuerza, su poder.

-Sí, Gran Sacerdotisa.

Ella sonrió con dulzura y el corazón de Cornelius se saltó un latido.

-Pues bien, guerrero. No debes moverte bajo ninguna circunstancia, veas lo que veas o sientas lo que sientas, si lo haces la conexión se romperá y para estar seguro debes ver hasta el final.

Al asintió con la cabeza.

-Pues prepárate. Cierra los ojos y aléjate de aquí.

Él obedeció.

Comenzó sintiendo un calor abrasador que provenía de los suaves dedos de Lyris, el calor le recorrió a toda velocidad el brazo y después el resto de su cuerpo. Cornelius no se movió ni un milímetro. El fuego se apoderó de su mente y una luz inmensa lo transportó a otro lugar y otro momento.

Se vio a sí mismo luchando, en una batalla cruel y sanguinaria. No había piedad, caían uno tras otro a su paso. Hombres, muchachos, ancianos, cualquiera que blandiera un arma contra él era eliminado. Su cuerpo estaba sudoroso, cansado y empapado de sangre, pero no era suya, él apenas tenía algún rasguño. Miró a su alrededor, la tierra estaba plagada de cuerpos inertes o heridos, tanto de los suyos como de los enemigos, todos hombres,  ningún inmortal.

Siguió luchando hasta bien entrada la noche. Pocos quedaron en pie. Era el momento de socorrer a los heridos y contar a los muertos. Tanta sangre, tantas vidas desperdiciadas y sentía en el fondo de su alma que nada de eso tenía sentido. Avanzó por el campo de batalla, buscando a los suyos, pero un cuerpo le dejó paralizado. Se acercó lentamente y a medida que avanzaba suplicaba y rogaba que lo que sus ojos veían fuera un engaño. Tendido en medio de otros estaba su amigo, Ario. Cornelius se arrodilló junto a él, lo miró, lo tocó, lo acarició. Su amigo no tenía vida ya, era una cáscara vacía. Ya no era nada. Un dolor intenso se apoderó de Cornelius, tan grande y fuerte que amenazaba con partir su cuerpo en dos y hacerlo explotar en mil pedazos.

Reunieron los cuerpos, era hora de llorar a los muertos. Tanta sangre, tanta muerte, tanta desolación.

Pudo sentirlos antes de verlos, los inmortales entraron en el campo de batalla con aire real.

Baldur miró a su alrededor más que satisfecho. Se acercó lentamente hasta Cornelius que lo miraba quieto. Su cuerpo estaba ahí, pero su alma había muerto junto con todos los demás.

-He de reconocer Cornelius, que has hecho un magnífico trabajo. Has cumplido a la perfección tu cometido.

El guerrero le miró fijamente, con hastío y repulsión. Era la primera vez que lo llamaba por su nombre.

-Supongo que ahora nos pagarás con lo convenido…

El Oscuro clavó sus malvados ojos en Cornelius, sin piedad, sin un ápice de humanidad.

-No temas humano, tendrás exactamente tú merecido…

Lo cogió por el cuello y lo acercó lentamente hasta él. Cornelius no podía hacer nada contra la fuerza del inmortal, tampoco lo intentó. Le miró a los ojos hasta que se acercó tanto que pudo notar su aliento en el cuello. Sintió como le clavaba los colmillos y succionaba su sangre. Cornelius comenzó a sentirse muy débil, las extremidades dejaron de pertenecerle y el frío se fue apoderando de su cuerpo. Lo último que escuchó antes de sumirse en la oscuridad, fueron los gritos de terror de los suyos.

Todo había terminado.


Cornelius abrió los ojos y los fijó en el maravilloso brillo azul de los de su amada. Estaba sudando y notaba como las lágrimas corrían por su cara. Lyris apartó sus dedos de la mano del hombre. Su cuerpo comenzó a recobrarse de la impresión. Quitó la mano de la piedra y esperó en silencio.

Lyris le sonrió con ternura.

-El futuro acaba de cambiar. Has tomado tu decisión. Debes elegir muy bien a tus aliados Cornelius, esa será la diferencia entre la derrota y la victoria.

Él la miró fijamente. Su belleza aún lo atormentaba por las noches, y sus dulces ojos lo aliviaban en los malos momentos.

-Sé muy bien lo que tengo que hacer.

Ella soltó una carcajada que lo transportó a otro lugar y otro momento.

-Lo sé. Ve ahora y cumple tu destino Cornelius. Serás el más grande, liberarás a tu pueblo.

-Desearía que tu estuvieses a mi lado –no pudo evitar decir en voz alta su pensamiento.

-También lo sé –se acercó un poco más hasta él y le acarició la cara dulcemente –pero mi destino es otro Cornelius, debo cumplir mi misión al igual que tú la tuya, así está escrito. Pero llegará un día en el que tu corazón no sangre por mí, te lo prometo. Ahora ve, el tiempo apremia.

Cornelius absorbió el contacto de la chica y lo atesoró en lo  más profundo de su ser. Asintió con la cabeza, la miró por última vez y se marchó.


-Es un gran hombre –dijo uno de los guardianes.

-Sí… lo sé… y aún lo será más.

-Te ama, con todo su ser…

-También lo sé, si alguien puede tentarme sin duda ese es él. Pero nuestro tiempo juntos, terminó. Su futuro curará sus heridas.


Se dio media vuelta y se marchó a sus aposentos sintiendo la semilla de la duda más profunda y más grande que nunca…

                                                                                                          © Arman Lourenço Trindade








7 comentarios:

  1. Guauuuuuuuuuu. Ahora a sufrir con la sacerdotiza y Cornelius también. Mi madre, te felicito Arman.

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  2. Como escribe mi niña!!!!!.... recordar su cara, algún día sera importante, y sólo me hablara a mi, chincharos.

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  3. Muy biennnnn...... Me ha gustado.
    Besos.

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  4. Te felicito, esta historia se pone cada día mejor!!!! Eres estupenda Arman y escribes de maravilla!!!

    Besos plumilla!!!

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  5. Lo acabo de leer... Es una historia maravillosa y muy sanguinaria, lo has descritos todo de una manera que hace que se me ponga los pelos de punta. Jolines que barbaridad...

    Te felicito mi querida plumilla, cada vez escribes mejor. Eres una escritora fabulosa. ^_^

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  6. Uy muy interesante que gran imaginación.

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  7. ¡Hola! acabo de conocer tu blog y ahora te sigo ;) muy interesante, besos!

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