Como se acercan unas fiestas tan entrañables, os voy a dejar un relato que tiene ya algún tiempo, pero que me gustó mucho escribir y en particular me gusta mucho. Así que, espero que os guste.
REGALOS, CELOFÁN Y DULCES
El trabajo por esos días se incrementaba y las horas pasaban
aceleradas por el montón de cosas que tenía que hacer. No tenía casi vida
privada, y se negaba a buscar un ayudante porque le daba pavor trabajar con
alguien con el que no tuviera afinidad ninguna.
Así que los encargos se almacenaban sobre la gran mesa de la trastienda. Regalos, cestas, bandejas…eran múltiples y de mil formas distintas. Los hacía tan bonitos que su tienda se llenaba de gente.
Así que los encargos se almacenaban sobre la gran mesa de la trastienda. Regalos, cestas, bandejas…eran múltiples y de mil formas distintas. Los hacía tan bonitos que su tienda se llenaba de gente.
Envuelta en regalos, celofán y dulces pasaba sus primeros
días de navidad. Esa mañana en particular, había abierto la tienda pronto y se
había refugiado en la trastienda a dar rienda suelta a su imaginación. Llevaba
un par de días con un arreglo y no había forma de terminarlo, no paraba de
cambiar las cosas de un lado a otro para ver como quedaba mejor el conjunto,
pero nada. La trastienda era un caos en el que ella se entendía a la
perfección. Cuando más ensimismada estaba en la tarea, la campanilla de la
puerta resonó por todo el local.
—Un momento, por favor. –Dejó la cesta encima de la mesa y
salió abriendo la cortina que separaba las distintas partes del local.
Héctor miraba la tienda esperando a la dependienta. Era la
primera vez que entraba, aunque pasaba todos los días por delante para ver las
bonitas cestas del escaparate y a la bonita dueña del local. Cuando la joven
entró ladeando una cortina, él suspiro al ver su pelo atado en un intrincado y
complejo moño. Sus gafas caían sobre el puente de su nariz, dándole un aspecto sexy y dejando entrever unos
preciosos ojos verdes.
—Buenos días, ¿qué desea? –Sheila se quedó mirando al hombre
más guapo que había visto nunca. Su planta era perfecta. Su cabello negrísimo
lucía peinado hacia atrás, sus ojos negros chispeaban y su boca se mantenía
cerrada en un rictus de lo más sexy.
—Eh, venía a hacer un encargo.
— ¿Usted dirá? –Sheila se puso nerviosa al sentirse
observada y cogió el bloc de notas para disimular sus nervios—. Perdone, ¿qué
mira? –Él sonrió ante el comentario.
—Tiene la cara cubierta de purpurina plateada. –Vio como el
ángel abría mucho los ojos.
—Uf, ya vuelvo. –La joven salió apresurada hacia el baño. Al
mirarse se quiso morir, por dios que ridículo había hecho. Tenía purpurina en
las mejillas. Se habría tocado mientras hacia el arreglo. Se quitó las gafas y
se frotó la cara con agua y jabón. Con mejor aspecto volvió a la tienda,
ruborizada hasta la raíz del pelo. Él continuaba en el mismo sitio.
—Gracias por avisarme.
—De nada, la verdad es que te veías preciosa. –Sheila casi se cae de la impresión que le
dio.
—Estaba haciendo un arreglo y me manché –balbuceaba la
explicación sin sentido. Él le volvió a sonreír.
—Quiero que me hagas el arreglo más bonito que has hecho hasta
ahora –Sheila sonrió, tenía la idea perfecta en la cabeza para sorprender a ese
hombre—. Y también quiero una cesta como esa. –Sheila miró hacia donde señalaba
y anotó los pedidos en un pequeño libro que le servía para ese menester.
—Me va a llevar algún tiempo.
—Con tenerlos antes de navidad, me conformo. ¿Podrás hacerlos?
—No lo dude, déjeme un teléfono para avisarle cuando los
tenga.
Cuando se marchó de la tienda, Sheila se quedó como presa de
un encantamiento a pesar de todo el trabajo que tenía. El tiempo pasó como en un suspiro.
Ambos habían pensado en el otro a todas horas. Héctor
esperaba esa llamada como un niño que espera abrir los regalos del árbol. Y
Sheila trabajaba sin parar para sorprenderle.
El día llegó para ambos. La sorpresa de la joven fue que a
los diez minutos de llamarle, ya estaba en la puerta de la tienda.
—Buenos días, la cesta la tiene allí. La otra la tengo dentro, acompáñame.
El hombre sonrió y
asintió. La primera, era un precioso regalo para su madre. La segunda una sorpresa.
La trastienda estaba abarrotada de cosas, era un verdadero
caos, pero él creía que era como ella, sorprendente, chispeante y caótica.
El trabajo estaba sobre la gran mesa. Era una cesta en forma
de árbol de navidad, estaba trenzado y en cada rama había regalos o dulces y
todo ello envuelto en celofán dorado. Sonrió complacido.
—Es prefecta. Es para ti. –Sheila se tropezó en una silla y a
punto estuvo de caer sino fuera por unos brazos que la sujetaron.
— ¿Cómo??
—Paso todos los días por aquí y siempre estás en la tienda
tratando de alegrar a alguien con tu trabajo. Yo quería que tuvieras un regalo
especial de Navidad.
—Yo…no…—Sheila se volvió para que no viera que las lágrimas
despuntaban por sus ojos de la emoción.
— ¿Por qué te sorprendes?
—Nadie me ha regalado nunca algo tan bonito.
—Pues espero que este sea el primero de muchos, si me dejas,
claro.
Sheila miró al hombre que con una sonrisa se había ganado su
corazón. No pudo decir nada, pues unos labios se posaron sobre los suyos en un
beso reverencial que fue el mejor regalo de navidad para ambos.
FIN
***
Espero que os haya gustado. Os deseo a tod@s unas felices y entrañables fiestas con vuestros seres queridos y que el próspero año empiece de la forma más feliz posible. Besos y un fuerte abrazo. Raquel Campos.