LA DEUDA
Cornelius paseaba por
la fortaleza de Baldur como si estuviera en su casa. Desde que había pactado
con el inmortal, le trataban con cordialidad, incluso a veces con cierto
respeto.
Entró al amplio pasillo que daba acceso a la gran
sala donde todos se reunían. Cornelius despreciaba ese lugar y a todos los que
allí vivían, pero tenía que avenirse a las condiciones de Baldur si quería
obtener la recompensa ofrecida.
Las puertas se abrieron
justo cuando él llegaba. Sin mirar hacia ningún lado, atravesó el salón, sabía
lo que se podía encontrar si miraba, a un puñado de inmortales manteniendo
relaciones sexuales de todas las posturas posibles, entre ellos o con humanos,
tanto con los que estaban dispuestos como con los que no, los gritos de horror,
dolor y placer se mezclaban. Cornelius comenzó a ponerse mal pero siguió
caminando como si nada. Aunque parecía algo medieval, Baldur se sentaba en un
fastuoso sillón que estaba puesto en lo alto de una plataforma. Desde allí el
vampiro podía divisar todo el salón y todo aquél que deseara hablar con él
quedaría en una posición de inferioridad.
Cornelius se detuvo
justo en el primer escalón de la plataforma. No habló, simplemente esperó.
-¿Qué nuevas traes,
humano? –preguntó Baldur. No pudo evitar el tono de desprecio en su voz, Baldur
odiaba a los humanos con todo su ser, los despreciaba, para él no eran más que
ganado, un montón de ganado rebelde que debería estar encerrado en corrales.
Hizo un gesto con la
mano y uno de sus esclavos salió de la sala, presuroso. Cornelius no esperaba
cordialidad en el encuentro, el Oscuro era uno de los seres más terribles que
se había encontrado en su vida.
-Los humanos se
reagrupan y se arman. Creo que saben lo que tramamos.
-No esperaba menos, eso
solo le da algo de emoción al asunto, ¿no crees?
-Tal vez…
El esclavo subió los
escalones con una muchacha atada y amordazada. No prestaba mucha resistencia,
por lo que Cornelius supuso que estaba drogada, pero pudo ver sus ojos y el
terror que reflejaban. Era consciente de todo. Le suplicó ayuda con la mirada,
pero Cornelius solo la observó con una curiosidad fingida.
Baldur cogió a la chica
por la cintura y el esclavo se retiró a toda velocidad. El inmortal acarició el
pelo de la chica, lo aspiró confiriendo al momento un toque puramente sexual.
-Mmm… perfecta… -susurró.
Inclinó la cabeza de la muchacha y sin más miramientos le clavó los colmillos,
succionando la sangre con ferocidad y deleite.
Cornelius odiaba eso,
le repugnaba y unas ganas terribles de vomitar se apoderaron de su estómago.
Pero se mantuvo impasible. Vio como el brillo de los ojos de la pobre muchacha,
se iba apagando por momentos, notó como se le escapaba la vida… Baldur se
relamió los labios con placer y soltó a la muchacha, que cayó por las escaleras
rodando y se detuvo justo a los pies de Cornelius. Sus ojos aún seguían
abiertos, pero sin ver, y en su cara se reflejaba el horror de sus últimos
segundos con vida.
-Prepárate humano, la
lucha comenzará en breve -le dijo mientras se acomodaba en su sillón
–aniquilaremos a todo aquél que se vuelva contra nosotros. No quedará alma con
vida a nuestro paso.
Cornelius asintió con
la cabeza, dio media vuelta y se marchó de aquel lugar de muerte y perversión.
Clara salió de la
habitación como una exhalación, no tenía ganas de verlo otra vez, ni de hablar con
él siquiera. No entendía a qué venían esas preguntas y no tenía ningún deseo de
contestarlas. No eran familiares, ni amigos, simplemente era su carcelero, un
carcelero muy guapo y atractivo, tanto que ella perdía la razón cuando estaba a
su lado, pero hasta ahí, no tenía ni la misma intención de darle ningún tipo de
confianza. No. No había más que hablar, menudo engreído, al parecer eso de
tener muchos años hacía que los inmortales se volvieran exigentes y
entrometidos.
Subió las escaleras
hasta su habitación, sabía que si Kaesios se enfadaba ella iba a tener
problemas, pero no estaba de humor para cotilleos…
Se asomó a la ventana y
la melancolía se apoderó de su cuerpo al ver las montañas a lo lejos. Sentía la
necesidad de abandonar el lugar y volver a casa, no quería seguir allí
encerrada. Deseaba poder salir a cabalgar y poder visitar a su amiga Rosalie,
con la que compartía aficiones y una maravillosa amistad. Deseaba poder tomar
el té con su padre y conversar sobre política, deseaba… era una estupidez
seguir deseando nada, estaba segura de que Kaesios jamás la dejaría marchar.
Unas lágrimas
traicioneras brotaron de sus ojos y cayeron con calma por su rostro. Suspiró y
las dejó correr libremente.
Kaesios salió al
jardín. El encuentro con la muchacha lo había puesto nervioso. En cuanto se
acercó a los rosales notó su presencia en el balcón. Alzó la mirada y la vio
allí quieta, asomada, mirando el infinito. Sintió una punzada extraña en su
pecho al comprobar que estaba llorando. ¿Tanto la había afectado la
conversación? Rememoró el momento una y otra vez en busca de algo que hubiera
dicho que pudiera hacerla daño, pero no halló nada. Él no había sido grosero.
Volvió a observarla en silencio. Era
hermosa y la luz del sol confería un brillo especial a su maravilloso pelo,
pero le hacía daño verla sufrir. “¿En serio? Kaesios, eres un ser oscuro, un
inmortal, no tienes sentimientos, no puedes sentir nada, ¿estás perdiendo la
cabeza?” pensó. Su mirada se dirigió hacia las flores que le rodeaban, si su
corazón estaba muerto, si era un ser condenado, sin alma, ¿cómo era posible que
sintiera todas esas cosas por aquella mujer?
Cornelius llegó
cabizbajo a su poblado. Lo recibió su segundo al mando.
-¿Cómo ha ido?
-Bien, dice que estemos
preparados.
-Cornelius, hacer
tratos con esos seres es algo peligroso, ¿estás seguro de lo que vas a hacer?
Cornelius miró
fijamente al hombre que tenía en frente, eran amigos desde la infancia y había
luchado en infinidad de batallas juntos, si confiaba en alguien sin duda era en
él.
-Pues para serte
sincero Ario, no estoy muy seguro.
Ario movió la cabeza en
señal de entendimiento.
-Cornelius, nuestro
clan fue expulsado, desterrado de nuestra tierra a este lugar infernal, árido y
seco como el infierno, pero nuestra lucha es una lucha entre hombres, aniquilar
a los de nuestra raza por los deseos de una bestia inmortal… eso no es lo que
hubiera hecho tu padre.
-Ya lo sé Ario, lo sé
muy bien, mi padre odiaba a los Oscuros con toda su alma, pero pensé que al
unirnos a ellos tendríamos más posibilidades de ganar.
-Entonces ¿cuáles son
ahora tus dudas?
-Pues que somos el Clan
de los Bárbaros, los luchadores más letales y temidos sobre la faz de la
tierra. Necesitaron unirse todos para poder vencernos. No necesitamos aliados
para ganar nuestras propias batallas… y esos seres cuanto más los conozco, más los aborrezco y menos confianza siento en
ellos.
-Yo no siento ninguna
Cornelius, creo que en cuanto puedan nos someterán como al resto, cuando no
haya nadie que pueda plantarles cara, ¿quién evitará que seamos los próximos?
-Sí hermano, eso es lo
que me preocupa.
-¿Qué piensas hacer?
-He estado pensando…
creo que lo mejor será ver a la Sacerdotisa, ella podrá aconsejarme.
-Esperemos que así sea,
ve pues, no pierdas más tiempo.
Cornelius subió la
colina que lo llevaba hasta el lugar en el que vivía la mayor de las
Sacerdotisas de todos los tiempos. Sus poderes eran inmensos y sobrecogedores.
Vivía aislada de todos, acompañada simplemente por cuatro fuertes guerreros que
la protegían de todo mal, pues una Sacerdotisa solo conservaba su poder
mientras fuera virgen, y eran ellas mismas las que deberían escoger si deseaban
conservarlos o perderlos.
Cornelius se paró
frente a las enormes puertas de la entrada.
-¿Qué deseas guerrero
mortal? –escuchó a través de la gruesa puerta de madera labrada.
-Necesito ayuda de la
Gran Sacerdotisa.
Esperó durante unos
minutos hasta que escuchó el sonido de los goznes de la puerta al abrirse.
Frente a él uno de los guerreros, el color de su piel era negro y su cuerpo
estaba cubierto totalmente por tatuajes, con formas y diseños de los más
extraños.
-Ella te recibirá.
Cornelius le siguió con
calma. Al entrar en la sala un escalofrío le recorrió la espalda. Sintió frío
pero las manos le sudaban. El ambiente estaba cargado con un inmenso poder que
hasta él podía sentir.
Se detuvo ante las
escaleras que daban acceso a un pequeño altar, en el centro una pila de piedra
labrada con intricados dibujos, circular y llena de agua. En el centro de la
pila una pequeña piedra, aparentemente de cristal opaco, con una forma
piramidal, brillaba, mientras el agua se movía, como la corriente de un río,
sin que absolutamente nada propiciara tal movimiento.
A los pocos segundos
apareció la Sacerdotisa. Vestía una túnica blanca, que se ajustaba a su esbelto
cuerpo, decorada con un hermoso cinturón de oro y piedras preciosas. El vestido
la cubría hasta los pies que al andar quedaban descubiertos y Cornelius se fijó
en que estaban descalzos.
-Bienvenido, Cornelius
hijo de Damek, del clan de los Bárbaros. Sé a lo que has venido, siento tus
dudas. Haré todo lo posible por allanarte el camino. Tú carga es muy pesada,
pero hoy quedará más aliviada.
-Me agrada oír eso de
tus labios, Gran Sacerdotisa.
Ella se acercó
lentamente hasta él. Sus ojos azules brillaron con tanta fuerza como lo hacen
las estrellas. Lyris era sumamente hermosa, creció al lado de Cornelius hasta
que la antigua sacerdotisa murió y los poderes que habitaban el cuerpo de Lyris
se mostraron.
Las sacerdotisas
poseían poderes que no heredaban de sus antecesores. Los poderes se los
concedía la misma Diosa, Ella las elegía personalmente y las protegía.
Cornelius lloró como un niño cuando le dijeron que Lyris era la elegida, pues
eso suponía no volver a verla jamás y tener que olvidar de un plumazo todo lo
que sentía por ella. Pero hoy, ante ella y su belleza despampanante, su corazón
volvió a latir con alegría y la misma fuerza que en su adolescencia, como si
los años no hubieran pasado, como si el destino no los hubiera separado total y
absolutamente.
Ella estiró un brazo y
extendió la mano.
-Ven, te mostraré lo
que debes ver.
El guerrero observó
fijamente la mano de Lyris, sin saber muy bien qué hacer. La miró a los
brillantes ojos y cogió su mano. La de ella tan pequeña, suave, blanca y en
apariencia vulnerable, la de él, grande, tosca, áspera y fuerte. Un
estremecimiento le recorrió el cuerpo entero.
Cogido de la mano de la
mujer que más había amado y a la que nunca podría tener, subió los escalones
hasta el altar. Una vez allí Lyris le soltó con delicadeza y se fue a
posicionar frente a él, dejando la pila de piedra entre los dos. Cornelius
observó maravillado el movimiento del agua.
-Dame tu mano,
Cornelius. –le pidió ella suavemente.
Él sin pensárselo se la
ofreció. Ella podría habérsela cortado en ese mismo instante que a él no le
hubiese importado lo más mínimo.
En el dorso de la mano,
la Sacerdotisa con su dedo mojado en el agua le dibujó cuatro puntos, que
simulaban los puntos cardinales y después, con suavidad le colocó la mano de
modo que un punto en concreto de la palma quedaba colocado justo encima del
vórtice de la piedra de cristal. Luego, ella, posó dos dedos de cada mano
encima de las marcas de agua.
-Ahora, deberás liberar
tu mente de tu cuerpo. Nada debe atarte aquí, ningún pensamiento, ningún
sentimiento, pues lo que te voy a mostrar no debe ser visto. Debes entender que
el futuro aún no está escrito, que el destino depende de cada una de las
decisiones que vayan tomando los implicados. Según esas decisiones el futuro
irá por un camino o por otro, nadie debe cambiar para que lo que te muestre se
cumpla. Sin embargo, teniendo en cuenta cada una de las decisiones ya tomadas
éste sería el futuro más probable. Espero que sirva para apaciguar tus dudas.
¿Estás preparado?
Cornelius que no había
dejado de mirar los maravillosos labios Lyris, fijó la vista en sus ojos.
Sintió su fuerza, su poder.
-Sí, Gran Sacerdotisa.
Ella sonrió con dulzura
y el corazón de Cornelius se saltó un latido.
-Pues bien, guerrero.
No debes moverte bajo ninguna circunstancia, veas lo que veas o sientas lo que
sientas, si lo haces la conexión se romperá y para estar seguro debes ver hasta
el final.
Al asintió con la
cabeza.
-Pues prepárate. Cierra
los ojos y aléjate de aquí.
Él obedeció.
Comenzó sintiendo un
calor abrasador que provenía de los suaves dedos de Lyris, el calor le recorrió
a toda velocidad el brazo y después el resto de su cuerpo. Cornelius no se
movió ni un milímetro. El fuego se apoderó de su mente y una luz inmensa lo
transportó a otro lugar y otro momento.
Se vio a sí mismo
luchando, en una batalla cruel y sanguinaria. No había piedad, caían uno tras
otro a su paso. Hombres, muchachos, ancianos, cualquiera que blandiera un arma
contra él era eliminado. Su cuerpo estaba sudoroso, cansado y empapado de
sangre, pero no era suya, él apenas tenía algún rasguño. Miró a su alrededor,
la tierra estaba plagada de cuerpos inertes o heridos, tanto de los suyos como
de los enemigos, todos hombres, ningún
inmortal.
Siguió luchando hasta
bien entrada la noche. Pocos quedaron en pie. Era el momento de socorrer a los
heridos y contar a los muertos. Tanta sangre, tantas vidas desperdiciadas y
sentía en el fondo de su alma que nada de eso tenía sentido. Avanzó por el campo
de batalla, buscando a los suyos, pero un cuerpo le dejó paralizado. Se acercó
lentamente y a medida que avanzaba suplicaba y rogaba que lo que sus ojos veían
fuera un engaño. Tendido en medio de otros estaba su amigo, Ario. Cornelius se
arrodilló junto a él, lo miró, lo tocó, lo acarició. Su amigo no tenía vida ya,
era una cáscara vacía. Ya no era nada. Un dolor intenso se apoderó de
Cornelius, tan grande y fuerte que amenazaba con partir su cuerpo en dos y
hacerlo explotar en mil pedazos.
Reunieron los cuerpos,
era hora de llorar a los muertos. Tanta sangre, tanta muerte, tanta desolación.
Pudo sentirlos antes de
verlos, los inmortales entraron en el campo de batalla con aire real.
Baldur miró a su
alrededor más que satisfecho. Se acercó lentamente hasta Cornelius que lo
miraba quieto. Su cuerpo estaba ahí, pero su alma había muerto junto con todos
los demás.
-He de reconocer
Cornelius, que has hecho un magnífico trabajo. Has cumplido a la perfección tu
cometido.
El guerrero le miró
fijamente, con hastío y repulsión. Era la primera vez que lo llamaba por su
nombre.
-Supongo que ahora nos
pagarás con lo convenido…
El Oscuro clavó sus
malvados ojos en Cornelius, sin piedad, sin un ápice de humanidad.
-No temas humano,
tendrás exactamente tú merecido…
Lo cogió por el cuello
y lo acercó lentamente hasta él. Cornelius no podía hacer nada contra la fuerza
del inmortal, tampoco lo intentó. Le miró a los ojos hasta que se acercó tanto
que pudo notar su aliento en el cuello. Sintió como le clavaba los colmillos y
succionaba su sangre. Cornelius comenzó a sentirse muy débil, las extremidades
dejaron de pertenecerle y el frío se fue apoderando de su cuerpo. Lo último que
escuchó antes de sumirse en la oscuridad, fueron los gritos de terror de los
suyos.
Todo había terminado.
Cornelius abrió los
ojos y los fijó en el maravilloso brillo azul de los de su amada. Estaba
sudando y notaba como las lágrimas corrían por su cara. Lyris apartó sus dedos
de la mano del hombre. Su cuerpo comenzó a recobrarse de la impresión. Quitó la
mano de la piedra y esperó en silencio.
Lyris le sonrió con
ternura.
-El futuro acaba de
cambiar. Has tomado tu decisión. Debes elegir muy bien a tus aliados Cornelius,
esa será la diferencia entre la derrota y la victoria.
Él la miró fijamente.
Su belleza aún lo atormentaba por las noches, y sus dulces ojos lo aliviaban en
los malos momentos.
-Sé muy bien lo que
tengo que hacer.
Ella soltó una
carcajada que lo transportó a otro lugar y otro momento.
-Lo sé. Ve ahora y
cumple tu destino Cornelius. Serás el más grande, liberarás a tu pueblo.
-Desearía que tu
estuvieses a mi lado –no pudo evitar decir en voz alta su pensamiento.
-También lo sé –se
acercó un poco más hasta él y le acarició la cara dulcemente –pero mi destino
es otro Cornelius, debo cumplir mi misión al igual que tú la tuya, así está
escrito. Pero llegará un día en el que tu corazón no sangre por mí, te lo
prometo. Ahora ve, el tiempo apremia.
Cornelius absorbió el
contacto de la chica y lo atesoró en lo
más profundo de su ser. Asintió con la cabeza, la miró por última vez y
se marchó.
-Es un gran hombre
–dijo uno de los guardianes.
-Sí… lo sé… y aún lo
será más.
-Te ama, con todo su
ser…
-También lo sé, si
alguien puede tentarme sin duda ese es él. Pero nuestro tiempo juntos, terminó.
Su futuro curará sus heridas.
Se dio media vuelta y
se marchó a sus aposentos sintiendo la semilla de la duda más profunda y más
grande que nunca…
© Arman Lourenço Trindade